martes, 3 de enero de 2012

Enfrentar al "posibilismo" y seguir luchando

Se fué el 2011: el año en que se cumplieron los 10 años del 19 y 20. Un repaso histórico

    Al cumplirse una década del estallido social que culminó con el gobierno de la Alianza pero que también puso en evidencia el estrepitoso fracaso de las políticas neoliberales en la Argentina, circula más de una lectura en torno a aquellas jornadas de diciembre de 2001. Por un lado, se recuerdan esos sucesos como la expresión de una crisis de la que nada bueno se podía obtener y que requería una moderada recomposición del esquema dirigencial político para salir de ella; y por otro, se rememoran los últimos días de ese año como un momento histórico en el que el pueblo -sectores medios y pobres- fue protagonista, decidió hacerse cargo de su historia y su destino, y en el que, por lo tanto, estuvieron dadas las condiciones para la materialización de un cambio de paradigma. Un cambio, una transformación que, según este relato, estaba destinado a ocurrir y si no lo hizo fue por el poder ejercido por la corporación política y el establishment en su conjunto para impedir que sucediera y que se pusiera en jaque la supervivencia tanto del status quo como de la clase dirigente. Nosotros creemos que frente a la construcción y apropiación de un relato por parte del kirchnerismo -mucho más cercano al primero que al segundo- es necesario repensar esos acontecimientos históricos hoy, 10 años después, rescatando también ese espíritu crítico, rebelde, contestatario y a la vez democrático de amplios sectores populares del país que salieron a las calles en 2001 y 2002.

    Pasados 10 años del corralito, de la represión, de la treintena de víctimas, de la renuncia de Fernando De la Rúa, de los reclamos y protestas multisectoriales a lo largo y ancho de la Argentina y del paso de cinco presidentes por la Casa Rosada, seguramente para muchísimos habitantes de este suelo estos meses transcurran como cualquier otros. Y probablemente a muchos otros les resulte imposible olvidarse el significado de estas fechas. Lo que es indudable para numerosos espacios políticos y para ciudadanos y ciudadanas del país es que buena parte del fervor expresado durante aquellos días sigue latente.

    Lo que parió aquella eclosión del modelo neoliberal y la crisis económica y social, pero también de representación, no fue otra cosa que la relegitimación, al menos parcial, de un sector de la clase dirigente, encabezado por Eduardo Duhalde como supuesto piloto de tormenta. El ex gobernador de la Provincia de Buenos Aires decidió cumplir el rol de disciplinador social, acallando la rebeldía popular, ya sea acordando un plan económico de salvataje con los exponentes más importantes de las corporaciones y la burguesía nacional, como reprimiendo de la manera más brutal toda manifestación en las calles.

    El programa económico duhaldista permitió al gran empresariado beneficiarse ampliamente con la devaluación y a la vez recorrer, lentamente, el camino de la recomposición productiva y del consumo. El ahijado político circunstancial de Duhalde, Néstor Kirchner, en muchos aspectos -no todos- siguió esos mismos pasos y supo así continuar calmando el espíritu contestatario nacido en 2001 al calor del piquete y la cacerola. La respuesta del establishment político -es decir: el PJ, erigiéndose definitivamente como “el partido del Estado”, luego del derrumbre de la UCR y del FREPASO- fue (y sigue siendo) el “posibilismo”: como quien dice “no se puede discutir todo, no se puede transformar o pretender cambiar todo, ni que nos vayamos todos ni que cambie el paradigma, lo que se puede es recuperar el empleo, el consumo, cierta estabilidad para las clases media y alta”.

    La idea del posibilismo, que podría emparentarse con la también conservadora idea de conformismo, está íntimamente ligada a las consecuencias de una crisis y todo lo que ella implica: cuando se cayó tan bajo, cuando una porción tan significativa de la sociedad perdió hasta lo más básico y fue despojada de casi todos sus derechos, muchas veces lo que se pide y se busca no es ni la revolución, ni la reforma ni los cambios radicales, sino recuperar al menos algo, el empleo, poder comer, poder vivir... sobrevivir. Por esa razón, la respuesta que se da desde la política, por más tibia que pueda ser, si logra devolver eso, puede sentir que cumplió su objetivo, aún cuando muchos y muchas creamos que las transformaciones reales aún no han tenido lugar.

    Independientemente de las continuidades, Duhalde y Kirchner no fueron iguales, sus estilos no lo fueron. El santacruceño buscó conjugar dos elementos para construir poder: por un lado, presentarse ante la sociedad como una figura presidencial fuerte, que contrastara con la imagen de Fernando De la Rúa, que pudiera dar cuenta de una recuperación del Estado, en medio de un proceso de profunda deslegitimación de los funcionarios públicos. Por otro lado, está el elemento más vinculado a la voluntad popular manifestada fundamentalmente en diciembre de 2001 pero también durante los meses siguientes (imposible olvidar a Maximiliano Costeki y a Darío Santillán), ese espíritu del que hablábamos antes: crítico, rebelde, contestatario y, por qué no decirlo, un tanto anarco. En ese sentido, el estilo K vino a ofrecer, muy tibiamente, su modelo supuestamente progresista, nac&pop, quizás -para muchos es así- la versión menos conservadora que puede, podría y podrá ofrecer el PJ. Considerando este último aspecto, lo que Kirchner quiso hacer fue vestir un traje que pudiera expresar una ruptura con la década anterior, de la que él mismo había sido -a su manera y sin ser muy conocido- protagonista.

    Era difícil sintetizar todas las demandas de 2001 -heterogéneas, disímiles, con motivaciones diferentes según de dónde vinieran- y la respuesta -correcta, incorrecta, insuficiente o lo que fuera- vino de la dirigencia política. Kirchner prevaleció no sólo por todo esto, sino también con un discurso conservador, predicando contra el temor de que volviera lo viejo: el desempleo, la represión, los saqueos, la billetera vacía. La fórmula entonces, fue posibilitar económicamente el consumismo y el mercantílismo, sobre la base del -al parecer, indiscutible- crecimiento económico.

    Hoy, a 10 años, entendemos que “el pueblo en las calles” no tiene por qué ser sólo la consigna en respuesta a una crisis, sino que las calles son de y para el pueblo y allí también se hace política, con bonanza o sin ella.

    A 10 años, entendemos que la mayoría de las demandas propias del campo popular, de un ideario profundamente democrático e igualitario están pendientes y que el kirchnerismo no ha dado ni dará respuestas de acá a 2015.

    A 10 años, vemos a las claras quiénes ganaron y ganan con el modelo y quiénes sufren sus consecuencias. Vemos quiénes se benefician con el modelo extractivista (soja, minería, petróleo) que ya existía en los ´90 y que hoy está más fortalecido y sólido que entonces.

    Vemos con qué gobernadores el kirchnerismo teje alianzas: con los mismos que dan rienda suelta a la represión de pueblos originarios y campesinos, y entrega de tierras y bienes comunes a los exponentes del capital concentrado.

    Vemos que no se ha modificado un esquema tributario vetusto y regresivo.

    Vemos quiénes vienen reclamando históricamente por la libertad sindical y no han sido escuchados.


    Áreas sensibles como las comunicaciones siguen en manos de  transnacionales francesas y españolas al igual que el petróleo, por mencionar sólo dos que son estratégicas. Los servicios de trenes interprovinciales siguen en agonía y los desastrosos servicios suburbanos continúan torturando diariamente a los usuarios mientras los concesionarios se enriquecen.


    Está claro cuáles son los grupos concentrados que ajustan los precios de los bienes y servicios más básicos en función de su propia rentabilidad, y cuál es el gobierno que barre todo bajo la alfombra, negando la inflación.



    A una década del momento más difícil de la historia argentina, decimos que ni en este país ni en ninguno del continente ni del mundo solamente se sale a reclamar por los legítimos derechos cuando se está en la ruina o cuando hay que lamentar el saldo de más de 30 víctimas, sino que la lucha por las causas populares y democráticas es permanente y forma parte de la construcción que un pueblo hace de su propia historia, de su propia dignidad.

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